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martes, 31 de marzo de 2015

El ser humano sigue evolucionando (2. La intolerancia a la lactosa)

Continuación de la primera parte.

Es posiblemente el mejor ejemplo de evolución en humanos modernos.

A la mayoría de mis lectores españoles les parecerá normal tomar leche al desayuno, comerse de vez en cuando un yogur, o cenar con una cuña de queso a mano. Aunque muchos de mis lectores sudamericanos ya no estarán tan de acuerdo.

Además, últimamente se ha popularizado aquello de vender productos lácteos sin lactosa.

Lo cierto es que, hasta la popularización de estos productos, los genes que nos proporcionan tolerancia digestiva a la lactosa han proporcionado una ventaja evolutiva en torno al 5-10%; esto convierte a este carácter en uno de los más fuertes diferenciales de selección conocidos en la variación humana moderna; considerando moderno desde una perspectiva evolutiva, a todo aquello que haya sucedido desde la aparición de la agricultura, hace unos 10 000 años.

Por aquella época, nadie podía digerir la leche más allá de los primeros años de edad. En general, a los adultos de casi cualquier mamífero les sienta mal la lactosa; tiende a provocar una serie de problemas leves en el tracto digestivo, que pueden resultar bastante molestos.

La gente en aquellos momentos ni siquiera se planteaba la idea de consumir leche.

Hace unas 400 generaciones —es decir, hace entre 8 000 y 10 000 años— apareció una mutación alojada en el cromosoma 2, en un alelo dominante, que inhibía el cese programado de la síntesis de la enzima lactosa, que es la que se encarga de digerir adecuadamente la lactosa en los bebés. Es decir, que esta mutación permitía digerir la lactosa aun cuando se era adulto. No os penséis que fue algo simplemente puntual; es una mutación que sucede de vez en cuando, incluso hoy en día.

Probablemente en su inicio esa mutación pasó inadvertida, esparciéndose levemente por la población por el efecto de la deriva genética, pero sin generalizarse —al fin y al cabo, cada persona tiene dos copias, y si una de ellas no está mutada y es la que transmite a su descendencia, su descendencia no llevará la mutación; eso ya nos lo enseñó Mendel—.

Sin embargo, probablemente por efecto de alguna hambruna, hubo quienes tuvieron la necesidad de buscar alimentos en lugares un poco más extraños de los habituales. ¿Y si pudiéramos sacar alimento de esa cabra sin tener que matarla? Dado que el cabritillo se alimenta de la leche de la cabra, ¿podríamos nosotros alimentarnos de esa leche?

A algunas personas esa leche les sentaba muy mal. Pero a muchos otros no les hacía daño alguno, y resulta ser muy nutritiva, y una fuente de alimento muy útil en momentos de escasez. Aquellos que poseían el gen mutado podían consumir leche durante toda su vida, y por tanto, obtener alimento aunque no hubiera cosechas; de este modo podían sobrevivir y llegar a reproducirse con mayor facilidad que aquellos a los que beber la leche les sentaba terriblemente mal al estómago, y si bien es algo que hoy se considera un problema leve, en aquel momento sería algo muy difícil de sobrellevar. La ausencia de alimento, y la incapacidad de alimentarse de otra cosa, llevaría a los individuos que no portaran esa mutación a unas muy elevadas probabilidades de morir.

Especialmente si son niños que ya han pasado la edad de lactante y no tienen otra cosa que comer. Difícilmente llegarían a reproducirse.

Así, los supervivientes serían aquellos que tuvieran la mutación. Y sus hijos heredarían dicha mutación. Aquellos que, por cuestiones probabilísticas —esto también lo calculó Mendel— salieran en doble recesivo, no tendrían tanta suerte.

Y de este modo, generación tras generación, se fue repitiendo el proceso.

Esta mutación, actualmente, es muy rara en las comunidades que no tuvieron tradición de pastoreo, como en China. En la África subsahariana también es bajo el porcentaje de personas que toleran la lactosa, menos en algunas comunidades con tradición de pastoreo. Lo mismo sucede en Japón, Asia central o en las comunidades aborígenes de Australia o América. En Europa, cuanto más al norte más porcentaje de tolerancia a la lactosa hay. Mientras que en Noruega la tasa de adultos que toman leche llega casi al 95%, en Italia ronda el 50%. Como resultado de esto, la prevalencia de la intolerancia de la lactosa a nivel mundial varía ampliamente dependiendo principalmente del origen étnico.
Fuente

Esto se debe a las diferencias de presión selectiva. Aquellas comunidades que no tuvieron ese tipo de tradición no se veían presionados por el ambiente en este carácter en concreto, y por tanto, la mutación no se veía favorecida de ninguna forma. Así, tan solo los que sufrieran la mutación de novo, y aquellos que la heredaran por la mera deriva genética serían portadores del gen mutado.

Si en tu pueblo no se toma leche, tener el gen no beneficia a nadie; en estos ambientes sería una mutación neutra.

Sin embargo, en aquellos casos en que la actividad de pastoreo fuera intensa, la presión selectiva actuaba muy fuerte sobre los individuos, viéndose muy favorecidos. En estos casos, ser mutante proporcionaba una fuerte ventaja.

Podéis encontrar más información en el artículo de Nature: La revolución de la leche (Curry, 2013)

Continúa en la tercera parte.
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sábado, 28 de marzo de 2015

Placebo — Video

¿Qué es el efecto placebo? ¿Cómo se sabe si un medicamento funciona realmente? ¿Funcionan los productos homeopáticos?

En este nuevo video respondo a estas preguntas. Los metaanálisis mencionados, y otros artículos científicos al respecto los podéis encontrar en la descripc ión.

Espero que os guste.

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lunes, 23 de marzo de 2015

1ª Parte - La homosexualidad no es un trastorno

            Seguramente has escuchado a algún conocido decir alguna vez que una sustancia sin principio activo funciona gracias a la mágica propiedad de memoria que posee el agua; que la acupuntura o el reiki poseen el potencial de equilibrar los chakras de tu cuerpo o que cualquier cáncer puede ser curado empleando una planta milagrosa. Hay quienes incluso creen que el simple masaje de las extremidades, la nariz o las orejas alivia enfermedades cuya etiología es completamente ajena a la estimulación de dichas partes del cuerpo. El mundo de las pseudoterapias recoge un amplio y ridículo abanico de irracionales e injustificados procedimientos sin aval científico de eficacia que, aprovechándose de la desesperación o ingenuidad de quienes quieren creer en ellas, se propaga y establece con fuerza en la sociedad.

            Sin embargo, en su ilimitada mediocridad racional y ética, los promotores de estos disparates no se conforman con vaticinar la sanación sobrenatural de enfermedades bien conocidas. Ahora hay quienes, cegados por sus infundadas creencias, fantasean nuevas patologías no oficialmente reconocidas para luego proponer otro descabezado método de curación o prevención. En esta última categoría radica, por ejemplo, la hipersensibilidad electromagnética. La poca gente que manifiesta padecer este supuesto trastorno presenta una compleja sintomatología que bien podría encajar en un cuadro psicosomático, pero prefiere ignorar o subestimar esta información reafirmándose en su credo particular: las radiaciones electromagnéticas perjudican gravemente la salud.

            Tan convencidos están de ello que emplean absurdas medidas preventivas para evitar los síntomas, tales como desenchufar todo aparato eléctrico del hogar, rehusar de todo objeto que incorpore material metálico o sintético y cubrirse el cuerpo con una capa de papel de aluminio o una cota de malla de plata. Aquí, el efecto nocebo [1] se manifiesta de igual manera que en su homóloga química, que en este caso es atribuida a la exposición del organismo a bajas dosis de sustancias químicas artificiales.

            Pero en esta ocasión no escribo para refutar la eficacia de estas prácticas ni para demostrar la inexistencia de dichas patologías. De hecho, éstas han sido concienzudamente desmentidas en este mismo blog, como la medicina homeopática (que es un oxímoron).
            Voy a concentrarme, pues, en analizar otro inexistente trastorno del que ya se ha hablado en este blog (aunque superficialmente) y para el que también se ofrece una curación innecesaria.

La homosexualidad
            No son pocas las sociedades [2], generalmente con tendencias religiosas, que recomiendan un tipo de terapia enfocada a modificar la inclinación sexual de aquellas personas a las que consideran desviados sexuales. En principio, esta empresa constituiría una iniciativa tolerable si habláramos de terapias para tratar trastornos parafílicos como el exhibicionismo, el frotteurismo [3], el sadismo sexual o la pedofilia. Pero, desgraciadamente, el comportamiento que estas organizaciones consideran desviado y que debe ser tratado es el acto homosexual, una conducta que, a diferencia de las manifestadas anteriormente, no es reconocida por el DSM-V ni por la CIE-10, los principales manuales de clasificación de trastornos mentales y enfermedades de referencia.

            Aun así, la actitud de las comunidades religiosas permanece inmutable e incluso se radicaliza. Por ejemplo, en algunos documentos eclesiásticos se suele reemplazar el término “atracción sexual hacia el mismo sexo” por el acrónimo AMS en lo que constituye un lamentable intento de identificar la homosexualidad como un desorden.

¿Es una enfermedad o un trastorno mental?

            Generalmente, una enfermedad constituye algún tipo de alteración fisiológica que se traduce en síntomas o signos. No obstante, ningún tipo de orientación sexual es intrínsecamente atribuida a una alteración que preceda a síntomas o signos que impidan alcanzar un estado de completo bienestar físico, mental y social.

            Por otra parte, los trastornos mentales implican alteraciones comportamentales que subyacen a aspectos afectivos y cognitivos y son acompañados de una discapacidad o malestar asociados. Sin embargo, tampoco existe evidencia alguna de que desarrollar una vida en consonancia con una determinada orientación sexual represente una limitación para el progreso afectivo o cognitivo ni resulte ser una causa de malestar psicológico.

            De hecho, la Organización Mundial de la Salud considera que el verdadero trastorno mental consiste en no aceptar la orientación sexual de uno mismo (orientación sexual egodistónica).

Entonces, ¿tampoco es un trastorno mental?


La Asociación Americana de Psicología lo deja bien claro:

            No. Los psicólogos, psiquiatras y otros profesionales de la salud mental concuerdan en que la homosexualidad no es una enfermedad, un trastorno mental ni un problema emocional. Más de 35 años de investigación científica objetiva y bien diseñada han demostrado que la homosexualidad, en sí misma, no se asocia con trastornos mentales ni problemas emocionales o sociales. Se creía que la homosexualidad era una enfermedad mental porque los profesionales de la salud mental y la sociedad tenían información tendenciosa.
            En el pasado, los estudios sobre personas gay, lesbianas y bisexuales incluían sólo aquellos bajo terapia, creando así una tendencia en las conclusiones resultantes. Cuando los investigadores examinaron los datos sobre dichas personas que no estaban bajo terapia, se descubrió rápidamente que la idea de que la homosexualidad era una enfermedad mental no era cierta.


            En la actualidad, ninguna institución científica, médica o psicológica seria y académicamente reconocida razona que la homosexualidad deba considerarse una enfermedad o un trastorno mental. Por el contrario, son solo ciertos grupos con ideologías religiosas las que muestran una opinión que difiere del consenso científico.

           Como todos sabemos, los cristianos profesan una particular concepción moral que les lleva a considerar la homosexualidad como una condición poco menos que depravada. Sin ir más lejos, el Catecismo de la Iglesia Católica recoge entre sus líneas que:

 2357 Los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados; son contrarios a la ley natural, cierran el acto sexual al don de la vida y no proceden de una complementariedad afectiva y sexual verdadera, por lo que no pueden recibir aprobación en ningún caso.

            Y… ¿es esto cierto? Vayamos por partes:


1. Los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Para empezar, ¿qué es un desorden? Un desorden es un trastorno mental por lo que, remitiéndonos a lo dilucidado anteriormente, confirmamos que esta afirmación es falsa. Ningún estudio serio reporta que la homosexualidad conduzca a un estado de malestar psicológico o conflicto afectivo por sí misma. Si bien es cierto que se ha encontrado un mayor porcentaje de morbilidad psiquiátrica en homosexuales (Cochran, 2003Meyer, 2003), son las circunstancias marginales desencadenadas por los prejuicios, la discriminación y la estigmatización las que se erigen como su causa (McCabe, 2010Bostwick, 2014). De hecho, estas mismas causas y otras, como la falta de apoyo y la presión social, son las responsables de que muchos chicos sean reticentes a mostrar su verdadera identidad sexual. 

            La Asociación Americana de Psicología vuelve, por si fuera necesario, a sacarnos de dudas: “Al igual que la mayoría de los jóvenes heterosexuales, la mayoría de las personas jóvenes lesbianas, gais y bisexuales son personas saludables que tienen vínculos significativos con sus familias, padres, escuelas e instituciones religiosas y hacen contribuciones a las mismas.”

2. Son contrarios a la ley natural. Este concepto alude a la concepción de que todo ser humano lleva en su naturaleza una única noción de lo que está bien y mal. La doctrina cristiana sostiene que la moralidad procede de Dios, es universal e innata y se encuentra escrita en la biblia. Y todos conocemos lo que la biblia refiere respecto a la consideración que merece el acto homosexual: (…) de igual modo los hombres, abandonando las relaciones naturales con la mujer, se abrasaron en sus deseos, unos de otros, cometiendo la infamia de las relaciones de hombres con hombres.[4]

            No obstante, hoy día conocemos que la moralidad no es estática ni universal sino que evoluciona con el tiempo y se manifiesta de distinta forma en las diferentes culturas del mundo. Es decir, un acto que es considerado moralmente reprobable en nuestro contexto cultural puede ser recibido con indiferencia o incluso con sentimiento de justicia en otro lugar. Pero este es un tema un tanto extenso que me gustaría tratar en otro momento.

            Volviendo al concepto de ley natural, cabe mencionar que tan solo puede discurrir en un contexto religioso, por lo que no tiene mucho sentido rebatirlo desde un punto de vista racional o científico.

            Sin embargo, si por natural entendemos “perteneciente o relativo a la naturaleza”, comprobamos que no tiene sentido catalogar el acto homosexual como una actividad contraria a ella puesto que esta ha sido observada en más de 1.500 especies, según el Museo de Historia Natural de la Universidad de Oslo.

3. No proceden de una complementariedad afectiva y sexual verdadera. No es cierto; un homosexual puede establecer una vida de plenitud afectiva y sexual con su pareja e incluso ser buenos padres, como veremos más adelante. 

            Hasta aquí la primera parte, en la que hemos justificado por qué no existe motivo, más allá de un punto de vista religioso, para reconocer en la homosexualidad algún tipo de patología intrínseca. En la segunda extrapolaremos las consecuencias de esta orientación sexual a terceras personas, analizando las repercusiones que implica para el desarrollo del niño crecer en un contexto homoparental.
[1]  Aparición o empeoramiento de una sintomatología por la expectativa, consciente o no, de los efectos negativos que se tienen sobre algo.
[2] NARTHHomosexuality & HopeCourageRC.netChristian anthropology and homosexuality
[3] Excitación sexual intensa y recurrente derivada de los tocamientos o fricción contra una persona sin su consentimiento.
[4] (Romanos 1:27); La Sagrada Biblia de la CEE.

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viernes, 20 de marzo de 2015

El ser humano sigue evolucionando (1. Introducción)

En muchas conversaciones relacionadas con la evolución biológica se observa un argumento relativamente recurrente. Es una afirmación que no solo viene de parte de creacionistas, sino también de personas que aceptan la evolución pero ignoran cómo sucede de forma particular.

Suele decirse que el ser humano ya no está evolucionando. Que en el momento en que no nos dejamos influenciar por las fuerzas naturales, ya dejamos de evolucionar. Por el lado creacionista, dicen esto basándose en su creencia de que la evolución no existe —y usan este supuesto hecho de que el ser humano ya no está evolucionando para supuestamente falsar la teoría de la evolución, ignorando ya no solo que la posibilidad de que una especie permanezca estable no falsa la teoría sintética, ya que es una posibilidad que está incluida en la mima, sino también que la teoría no es más que una explicación comprobada y verificada de un hecho empírico observado, que conocemos como evolución biológica.

Pero de eso ya hemos hablado muchas veces.

Por su parte, las personas que se defienden suelen hacerlo alegando que cuando una especie deja de sufrir presión selectiva, el proceso evolutivo entra en fase de estasis —largos períodos de tiempo sin modificaciones evolutivas—, en las que los únicos cambios patentes son los que se generan por efecto de la deriva genética, que suelen ser de muy baja magnitud, y que eso es lo que le está sucediendo al ser humano.

Pero, si bien es cierto que cuando una especie no sufre presión selectiva, sus cambios evolutivos se frenan de forma muy significativa o incluso cesan por completo, el problema argumental no solo se encuentra ahí. Está un poco más arriba. En la premisa inicial.

Y es que, ¿De verdad está superando el ser humano la presión selectiva natural? ¿Es cierto que tenemos los mismos genes y el mismo cerebro que nuestros antepasados de la edad de piedra? ¿O seguimos evolucionando?

La combinación de una cultura elaborada, tecnología avanzada y nuevos descubrimientos en el campo de la biomedicina habrían amortiguado eficazmente la presión selectiva natural. Es un hecho que la medicina del último siglo y medio ha influido muy notablemente en la capacidad de los seres humanos para debilitar los efectos de los genes nocivos, y estos avances han permitido el aumento de la aptitud de personas que sin ayuda de la medicina no hubieran alcanzado la edad reproductiva.

En los países desarrollados, el mayor éxito ya no radica en el individuo más capaz, más sano o más inteligente. Hace veinte mil años, un miope habría sido despreciado o marginado por su incapacidad de cazar; pero hoy se pone unas gafas y es tan hábil y capaz como cualquier persona sin defectos en la vista. Hace veinte mil años había una selección del sentido de la vista que hoy día ha desaparecido debido a los desarrollos técnicos y médicos que han servido para paliar los defectos visuales.

Solo es un ejemplo.

Por otra parte en las últimas generaciones en occidente se ha establecido una tendencia según la cual las personas que dedican su vida al conocimiento y al mundo universitario suelen tener en promedio menos descendencia que aquellas que no reciben una educación superior. Esto se ve representado de una forma divertida y satírica en la película Idiocracia, que recomiendo a todos que veáis.

Pero ¿hasta que punto es cierto eso de que la evolución ha dejado de actuar en los humanos a causa de los avances y todo eso? No podemos extrapolar los aspectos evolutivos a partir de los patrones de vida del último siglo (el único en el que el alcance universal de la medicina ha estado vigente); en un siglo se estiman aproximadamente cinco generaciones, un número insuficiente para poder observar cambios significativos que se hayan acumulado y dispersado por la población; la evolución de las poblaciones requiere un mayor número de generaciones para que sus efectos sean visibles y patentes; estamos hablando de un proceso biológico en el que la unidad de medida serían los cientos de generaciones, ergo, los miles de años.

Así pues, analicemos el tema desde esa perspectiva...

Continúa en la segunda parte.
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lunes, 16 de marzo de 2015

Explicando la Evolución, 2ª parte: ¿Qué pasa con los huecos en la secuencia? — Vídeo

No te pierdas la primera parte: ¿Hemos encontrado el eslabón perdido?

Este nuevo video que os presento hoy es el segundo de los tres que haré explicando la evolución. En ellos, como dije, pretendo explicar algunos de los conceptos básicos de la biología evolutiva que en muchos casos alguna gente, por ignorancia o por intención deliberada, desconoce.

¿Qué pasa con los huecos en la secuencia del registro fósil? 


La serie concluirá con el tercer video...
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jueves, 12 de marzo de 2015

A ver, Mariló, que no te enteras.

El texto que os transcribo hoy tiene como autor a David A. (@Solof1sincirco), quien por cierto hace unas semanas estuvo de estreno de blog: Indignación científica; una bitácora que se añade al blogroll de Curiosa Biología, y que desde aquí recomiendo que echéis una leída de vez en cuando, especialmente si empezáis por su entrada «Publicidad gratuita para brujerías y otras chorradas», que viene muy a cuento del tema de hoy.

El propio David me autorizó en su facebook a transcribir este texto. Y ya solo por el título, supongo que sabréis no solo quién será su protagonista, sino también de qué irá todo esto...

Fuente
La nota original lleva enlazada una noticia publicada en un periódico de tirada nacional.
A ver, Mariló, que no te enteras. 
Tú dijiste que oler un limón puede prevenir el cáncer. Minuto 20:15 de la emisión del día 22 de enero de 2015. Te basaste en un estudio de la universidad de Ruhr que exponía cómo los terpenos de ese aroma son capaces de inhibir el crecimiento de células cancerosas de hígado en cultivo. Tu trabajo es ir a la fuente principal, como hiciste con el estudio en cuestión. Pero olvidaste que además de ir a la fuente, tienes que entenderla. Y tú, o quien te asesorara, me da igual, no entendisteis nada. Y disteis un titular. Un titular sensacionalista, para vender más, para atraer la atención. De lo que tú dijiste: "oler un limón puede prevenir el cáncer" a lo que decía el estudio: "las moléculas del aroma del limón inhiben el crecimiento de células cancerosas in vitro" hay un trecho gordo.
Los "chavales de twitter" nos quejamos una vez, te reíste de nosotros; presentamos una queja formal, os la pasasteis por el forro. Pero la OMC os dio un toque y os visteis obligados a sacar una "rectificación oficial" que no fue sino una bomba de humo sin afrontar el problema. Porque no rectificaisteis, sino que os dedicasteis a decir lo mucho que masmoláis, lo guays que sois, lo maravilloso que es decir soplapolleces, siempre y cuando estéis avalados por premios y profesionales vendidos (algo que ya comenté aquí.
Y ahora sales con que esperas disculpas públicas, cuando la que tiene que darlas eres tú. Piensas que tenemos algo contra ti, pero mientes. Nadie tiene nada contra ti. Nos daría exactamente igual si la chorrada la hubiera dicho un premio Nobel. O veinte premios Nobel. Entiende de una puñetera vez que lo que nos molesta no eres tú. Sino lo que tú dijiste, que era un bulo como un piano. Cuando te engreiste y te reafirmaste sí empezaste a molestarnos por el desprecio que demostraste hacia los "chavales de twitter", poniéndote chulita defendiendo un error muy gordo que habías cometido y que no estabas dispuesta a rectificar porque a ti no te salía del papo. Y nos molestas ahora exigiéndonos una disculpa pública cuando tú has sido incapaz de reconocer tu error. Y digo tuyo porque tú fuiste quien lo comunicó. 
Si fue un error de uno de tus asesores o redactores, cambia de asesores o redactores. Porque ningún comunicado diciendo lo guays que son va a borrar la irresponsabilidad cometida con semejante titular. Por lo tanto, sois vosotros los que tenéis que pedir perdón por dar una información inexacta, un titular sensacionalista que tiene poco que ver con la realidad. Y tenéis que hacerlo en antena, darlo tú en el programa, de viva voz, y no con un comunicado de pseudodisculpa que sea una bomba de humo. Y dedicarle al estudio el tiempo que merece para explicarlo y aclarar las cosas. No un titular cortito, una frase ridícula que no deje clara la magnitud del error que cometisteis.
Así que acéptame este consejo: menos narcisismo, creyendo que vamos a por ti, y más rigor informativo, que andas corta del mismo, pero te sobra ego.
Firmado:
D.A.L., licenciado en biología, especialista en biología celular y molecular, máster en biomedicina y PhD en bioquímica. Y chaval de twitter. Lo digo por lo importante que son para vosotros los títulos y las acreditaciones, no porque importe medio ardite.
Y Á. B. M., licenciado en biología, especialista en botánica, master en valoración de riesgos naturales, con experiencia en farmacognosia, biología evolutiva y paleontología... y también chaval del twitter, suscribe lo escrito.
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